Nací en la ciudad del Cierzo a mitad de los años sesenta del siglo pasado, Uff, qué lejos suena eso. Tengo dos hijos, Altair y Adara, nombres de estrellas porque estrellas son. Todo mi mundo gira a su alrededor.
Me defino como una diletante inquieta… y cuando me apeo de la pedantería, digo que soy (con perdón) un culo de mal asiento. Aprendiz de todo, maestra de nada.
Mi gran amor ha sido el Teatro, al que dediqué toda mi juventud, pero fue un amante déspota y caprichoso, unos días me regalaba flores y otros no me daba de comer.
Probé con la Psicología pero esa terapia no funcionó.
Estudié secretariado y de secretaria ejercí.
Hice cursos de joyería y engastado y ayudé a mi padre, que vale su peso en oro, en su taller de orfebrería, acompañados de mi madre, nuestro talismán.
Preparé oposiciones y obtuve mi plaza de funcionaria de la Administración del Estado.
Y en fin. Mil cosas… Siempre he ido saltando de un punto a otro como una pulga.
Pero hay algo que me ha acompañado desde niña: la literatura.
Mi asignatura favorita en el colegio.
Mi hobby predilecto.
Mi refugio para el stress.
Si mis compañeras de clase echarán la vista atrás me recordarían sentada en el alfeizar de la ventana, a la hora del recreo, con mis pantalones de peto vaqueros y un libro abierto.
Leo desde los doce años alrededor de un libro por semana. Sí, subo la media nacional. He devorado una gran biblioteca. Y no solo han sido clásicos, que también, sino mucho best seller, por qué no.
Ha caído desde Anne Rice a Pérez Reverte, de J.K. Rowling a Ruiz Zafón, de Stephen King a la Matute, mi favorita, lo que sea si es ficción. Y teatro. Y poesía. Como yo digo, me gustan los libros a peso, cuantas más páginas mejor, me chiflan las trilogías y las sagas. Por favor, George R. R. Martín, acaba de una vez Canción de Hielo y Fuego, que me tienes en ascuas.
Sin embargo, aunque hice unos pequeños pinitos de poesía en mi adolescencia y pese a que estuve tentada muchas veces nunca me decidí a pasar a la parte activa de la literatura. No di el paso de leer a escribir.
Hasta que en noviembre de 2009, mirando por internet, vi un concurso de relatos en Castellón. Y por fin me lancé.
Escribí una historia de veintinueve páginas y al buzón. Estaba satisfecha por el simple hecho de haber escrito un relato de principio a fin.
A los tres meses me llamaron para decirme que había ganado el primer premio.
Incredulidad. Esa fue la sensación. Esa y absoluta felicidad. Una nueva puerta se abría ante mí y de momento por ella transito. Ahora solo tengo que conseguir que permanezca abierta.
¿O me dará por el macramé?